Supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No encenderá una lámpara y barrerá toda la casa y buscará con cuidado hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: “¡Alégrense conmigo porque encontré mi moneda! En algún momento, todo hijo de Dios que quiera agradar a su Padre Celestial se hará esta pregunta: ¿Cuál es la pasión de mi Dios?
Durante tanto tiempo mi corazón fue cautivado por pasiones efímeras, inspiradas por la cultura popular, las expectativas sociales o mis propios deseos de grandeza, que olvidé hacerme esta pregunta. Tan obsesionado con mis propias pasiones, que me olvidé de la pasión de Dios. Cuando en realidad, llegará el momento en que toda pasión egoísta se desvanecerá como la neblina al amanecer y solo permanecerán las pasiones eternas, aquellas que se conectan con el corazón de Dios.
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